
Me gustan los bares. He pasado en algunos de ellos la mayor parte de mi vida. Tanto como en casa o en el trabajo. En una de mis películas favoritas de este año, “El secreto de sus ojos”, Ricardo Darín le reprocha a su amigo, inolvidable Guillermo Francella, su dependencia de los bares y de lo que ello conlleva. El personaje que interpreta Francella no niega lo evidente, “me apasiona estar en ellos, son mi vida”, viene a decir. A mi me pasa algo parecido. Son mi pasión, como el cine o el fútbol, un tema también presente en la película de Campanella. Antes los frecuentaba de noche y ahora, durante el día. Me gusta ir sólo, y también acompañado. Los vermús y negronis del JK forman parte de mi vida. Como el Chaparral, el Zuentzat, Bazter o el Euskaldunak. El Amboto, el Muga, el Portugalete o la Mejillonera, en Iturribide. Ahora se llaman Xukela, Jaime, Apolo, Txiriboga, Zas o Rotterdam. Cuando era un chaval solía ir a Madrid al cine, a ver en los Alphaville las películas que no llegaban a Bilbao. Ahora, la razón principal del desplazamiento es ir a tomar una copa en el De Diego. En los dos últimos años he frecuentado Bruselas y los únicos nombres que recuerdo son Zebra, Mort Subite o Ultime Atome. No son iglesias. En un bar de San Sebastián, el Lagar, hay escrita en una de sus paredes una frase mítica de Dean Martin: “Lo siento por la gente que no bebe. Cuando se levantan por la mañana es cuando mejor se van a sentir en todo el día”. Mi amigo Espi suele decir que “bebe porque tiene sed”. Hay que hacer caso a los maestros.
Un libro: "Tratado sobre la resaca", de Juan Bas
Una película: "Días de vino y rosas", de Blake Edwards
Una canción: "I Gotta Be Me", de Sammy Davis Jr.
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