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martes, 3 de septiembre de 2019

Cultura popular


Ayer leí un artículo de Manuel Hidalgo sobre "Érase una vez en...Hollywood" en el que el escritor y periodista venía a decir que hay películas que las carga el diablo y que él no tiene ya tiempo que perder con historias malsanas. En contraposición a la película de Tarantino, al que no negaba talento cuando quiere, alababa "La vírgen de agosto", de Jonás Trueba, un soplo de vida para su tocado corazón cinéfilo. El mayor reproche que Hidalgo hace al malo de Quentin es que desperdicie su genio en hacer apología de lo cutre, el mal cine, en este caso el espagueti western, en vez de reivindicar las películas y los creadores que hicieron grande el oficio de hacer películas. Alta cultura vs cultura popular. Hidalgo no ha entendido que esta película habla sobre una época en la que Tarantino fue feliz, su infancia y adolescencia, gracias a las vivencias, tanto en la pantalla grande como en la televisión, que forjaron una parte importante del cineasta que es en la actualidad. Y, como muchos otros artistas, pone la cámara al servicio de la nostalgia, de aquellos tiempos en los que ir al cine y ver la televisión era una fiesta y un refugio. Y sé de lo que hablo. Yo sobreviví a mi infancia y adolescencia, como Tarantino, con esas series que ahora nos parecen ridículas y con películas de kung fu y karate, con los espagueti western, con las de romanos, Louis de Funes, las andanzas de Fu Manchú, Terence Hill y Bud Spencer y astracanadas italianas y españolas. Mi infancia y adolescencia no es "El Zorro", sino "El tulipán negro", lo que no me impidió después conocer el cine con mayúsculas y a sus creadores. Hay gente que parece que nunca fue niño. Por cierto, "La vírgen de agosto" es una película estupenda.

"Lo maravilloso de la infancia es que cualquier cosa es en ella una maravilla". Gilbert Keith Chesterton

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