Uno de los inconvenientes de la pandemia es que he perdido el contacto con la gente y sin ese roce no sé de qué hablar. Lo noto sobre todo en el metro, junto con los bares, mi principal fuente de inspiración. Nadie se sienta cerca y la mayoría guarda silencio y así no hay quien tome el pulso a la calle. No como hace nada, cuando escuchaba en el suburbano maravillas como la que sigue: "Viendo como está el panorama, mi hija no va a comer polla hasta los...", le ha dicho una chica que tenía sentada delante en el metro a una amiga. "Y eso que ya sabes cómo he sido yo", ha añadido. Es real, dos chavalas de unos 20 años han conseguido que un trayecto de 10 minutos se me hiciera eterno. Hablaban de los peligros que acechan a los niños y adolescentes en las redes sociales. Tenían una voz que ya le gustaría a Montserrat Caballé. Todos los que nos encontrábamos en el vagón nos sentíamos participantes de un reallity de esos de la televisión a los que acude gente muy trastornada. La intimidad es un valor que cotiza a la baja. Nekane y Leire, o Leire y Nekane, han succionado muchas pollas, pero sus futuras hijas, de ser hijos me he quedado sin saberlo, no catarán. Va a ser verdad eso de que por primera vez los hijos van a vivir peor que sus padres". La vieja normalidad.
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