El teatro

Os voy a contar un secreto. A mi, lo del teatro, como que no me apasiona. Soy más de cine, para entendernos. Tampoco es cuestión de que vayáis por ahí pregonándolo. Es una confidencia. Lo que sí recuerdo es cuando, por diferentes motivos, el teatro ha sido importante en mi vida. Pocos momentos, pero muy intensos. Mi memoria teatral comienza a mediados de los 80 con una "Madre Coraje", dirigida por Lluis Pasqual e interpretada por Rosa María Sarda, en el Teatro María Guerrero de Madrid. Por las mismas fechas, Darío Fó aterrizó en el escenario del Teatro Ayala de Bilbao. La presencia entre nosotros del después premio Nobel de Literatura fue un acontecimiento que trascendió lo puramente teatral. Un recuerdo imborrable. Algo parecido me sucedió con "Le Cirque Invisible", de Jean Baptiste Thierrée y Victoria Chaplin, en el Teatro Arriaga. Y con Pepe Rubianes, visita obligada al Club Capitol de Las Ramblas cada vez que visitaba Barcelona. ¿Por qué os cuento mis batallitas teatrales? Ayer recordé de nuevo todos estos momentos al enterarme de la muerte de Jérôme Savary, otro imprescindible que consiguió transmitirme la grandeza del teatro. Le ví en el Teatro Español de Madrid con una obra titulada "La vie d’artiste (racontée a ma fille)", un espectáculo en el que repasaba sus andanzas por los escenarios de todo el mundo. Un grande de la escena y de la vida. Por último, mis memorias teatrales estarían incompletas sin el recuerdo del estreno, en el Social Antzokia, de "Dos hombres sin destino", una producción de Alex de la Iglesia, dirigida por Pepón Montero e interpretada por Manuel Tallafé y Enrique Martínez. Días de risas y amigos.

"La sátira es el arma más eficaz contra el poder: el poder no soporta el humor, ni siquiera los gobernantes que se llaman democráticos, porque la risa libera al hombre de sus miedos". Dario Fó