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miércoles, 21 de julio de 2010

Ni un telediario


Hace poco escribí que a la exhibición cinematográfica tal y como la conocemos ahora le quedan dos telediarios. Creo que exageraba. Por optimista. Al reciente cierre de los cines Renoir Deusto hay que añadir el de los cines Capitol, previsto para el mes de diciembre. Y luego está el maltrato continuo al espectador. En los últimos días he frecuentado los nuevos cines de la Alhóndiga. Una aventura. Después de atravesar en penumbra su inmenso atrio conseguí llegar a la taquilla de los cines. Saco mi entrada, compro una coca-cola tamaño pequeño y paso el control de acceso. Entro y pregunto dónde está el baño. Me indican que está fuera. Vuelvo a salir, con mi coca-cola y mi entrada ya cortada, y por un pasillo oscuro accedo a los baños. Después de orinar, con perdón, aprietas el botón del agua y sale un pequeño chorro que deja todo como estaba. Es decir, el que venga después verá si el color de tu orina es como dios manda. Ya en la sala se me ocurre poner la coca-cola en el recipiente destinado a ello. Pensaréis que no puede pasar nada raro. Pues sí, pasa. Ocurre que el vaso de coca-cola pequeño se incrusta en el citado habitáculo y que volver a sacarlo sea una tarea de héroes. La solución, si consigues que salga, es tener el vaso en la mano durante toda la proyección. O no comprar coca-cola. O pillar el tamaño grande. Acaba la película y los siete espectadores que estamos en la sala nos dirigimos a la salida. Hay una puerta con un letrero encendido que pone Irteera/Salida. La empujamos y de repente nos encontramos seis personas en una especie de pasadizo en obras. Intentamos volver a la sala y la puerta no se puede abrir desde dentro. Un niño dice que ha quedado una persona en el interior. Aporreamos la puerta y una señora la abre y vemos, sin capacidad de reacción, como se vuelve a cerrar. Ya somos siete en el pasadizo. Seguimos aporreando la puerta. A Philippe Stark me hubiera gustado verle allí. Al final, echándole mucho valor, conseguimos llegar a una puerta que tenía acceso a la calle. Ayer volví a los Golem Alhóndiga. Compré la entrada, volví a dejar una muestra de mi orina, compré una coca-cola grande y me dispuse a ver “London River”, una excelente película sobre los atentados del 7 de julio de 2005 en Londres. Había elegido esta película porque en el periódico aparecía que se proyectaba en versión original con subtítulos. La taquillera me comentó que se trataba de un error y que era la versión doblada. Empieza la proyección y todos hablan en el mismo idioma, en castellano, a pesar de que intuyes que los dos protagonistas, un hombre africano y una mujer inglesa, no se entienden. Hay un momento en el que un policía se dirige a la protagonista y le dice que no va a entender a la otra persona porque ésta no sabe inglés. ¡Y les habíamos visto charlar sin problemas anteriormente! Un disparate. Sobre todo teniendo en cuenta que los que van a ver ese tipo de cine asumen con normalidad la versión original. Igual el público de “El Equipo A”, no. Lo que decía al principio, ni un telediario.

Un libro: "El Jarama", de Rafael Sánchez Ferlosio
Una película: "London River", de Rachid Bouchareb
Una cancion: "Wrapped Up In Books", de Belle and Sebastian

2 comentarios:

  1. joder chaval, te estás volviendo un finolis, ¿desde cuándo se tira de la cadena después de mear?

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  2. Y luego me lavo las manos. No tengo remedio.

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