Light

Como me gusta ir de bares y restaurantes, el resto del tiempo me suelo cuidar por prescripción médica. Ya sabéis, nada de alcohol, grasas, azúcares y bollería. Una opción obligada que he descubierto que no gusta en la calle. A primera hora de la mañana no me entra nada. A eso de las 10 es cuando empiezo a sentirme persona. A esa hora voy a tomar café con dos de mis compañeros de trabajo. A partir de ese momento ya empiezan los reproches. Lo primero que suelo oír es que la sacarina es veneno, que mejor si tomo azúcar de caña. Para el descafeinado y la leche desnatada hay un sinfín de descalificaciones. El día que pido un zumo de naranja los de alrededor me miran mal y me dicen que la naranja y la leche no son compatibles. Al mediodía, cuando tengo sed, suelo beber un refresco, que es lo más de lo más: “que haces, no sabes que produce cáncer”. No os cuento la tensión que se produce cuando lo tomo light. En la comida, me dispongo todo saludable a comer una pieza de fruta de postre y me dicen que la fruta una hora antes o una después, que durante el almuerzo es veneno. Y así hasta la hora de ir a dormir. Ante esta situación he decidido pasarme a la clandestinidad y no hacer visibles mis vicios. Llevo una vida de yogures desnatados, pavo, cerveza sin alcohol y galletas con fibra que no es como para ir contándola por ahí. Hay que tomar precauciones. En casa estoy seguro, el problema lo tengo en la calle. De vez en cuando hay que alardear, que si ayer me tomé unos chupitos de orujo o que si esta mañana, unas cortezas. Que vean que todavía se puede confiar en mi. Si es necesario me fumo un puro. Antes te llamaban mariquita y de ahí no pasaban. Ahora, la calle se ha puesto peligrosa.

Un libro: "Abraham boca: El cuaderno secreto de un cocinero singular", de Abraham García
Una película: "La grande bouffe", de Marco Ferreri
Una canción: "Maradona", de Andrés Calamaro