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martes, 17 de octubre de 2017

No hay respeto

Ser crítico de cine hoy tiene que ser desesperante. Este fin de semana he ido a ver tres películas de tres directores de renombre dentro del cine actual, tres historias que reunían los suficientes ingredientes como para pagar los 8 euros de la entrada: "Una canción de Nueva York", de Marc Webb, "El muñeco de nieve", de Tomas Alfredson, y "Mal genio", de Michel Hazanavizius. La primera es una comedia romántica más sosa que un pan sin sal que no consigue salvar ni el excelso Jeff Bridges en uno de los papeles más ridículos de su carrera. La segunda, un correcalles basado en una exitosa novela negra noruega que me hace temer que "Déjame entrar" estaba muy bien a pesar de Alfredson. "Mal genio", la que más me interesaba en un principio, me ha dejado un poso de tristeza por lo que podía haber sido, el documento de una época, París antes, durante y después de mayo del 68, encarnado en uno de los iconos culturales de aquellos años, el cineasta Jean Luc Godard, y la poca sustancia del resultado final. Hazanivizius, apoyado en el libro autobiográfico de la pareja de Godard de aquellos años Anne Wiazensky, "Un año ajetreado", opta por la caricatura, una constante en su cine, y nos muestra el lado más superfluo de un tiempo fascinante e irrepetible y de sus protagonistas. El director de "The artist" nos presenta una serie de personajes a cual más estúpido, solo se salvan las dos mujeres que interpretan las estupendas Stacey Martin y Bérénice Bejo, con un insufrible, ególatra, reaccionario, misógino y más idiota imposible Jean Luc Godard. "Un pobre hombre", como le define Wiazemsky/Martin cuando la fascinación hacia el personaje Godard se ha transformado en una infinita pereza. No sé si el director de "Al final de la escapada" es el genio incontestable que algunos dicen, lo que tengo claro es que no puede ser el imbécil que interpreta un paródico Louis Garrel en "Mal genio". Ya no se respeta nada.

"Y feliz de haber dicho, una vez más, la última palabra, se quedó dormido". Última frase del libro "Un año ajetreado", de Anne Wiazemsky

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