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jueves, 21 de junio de 2018

El insulto, como salvación


"Estás agotado y sin ideas porque al escribir quieres quedar bien con todo el mundo y eso te constriñe, no sueltas toda la rabia que llevas dentro y hay que dejarla fluir", me ha dicho esta mañana un amigo. El insulto como solución a mis problemas anímicos, más o menos. No lo veo, y no es por falta de ganas: Trump, los restos de Franco, las condenas a los chavales de Alsasua... El problema es que si alguien se siente mal por lo que escribo, yo me siento peor. No soy un buen insultador, tipo Jiménez Losantos ("Carolina Bescansa drogó a su hijo para llevarlo al Congreso de los Diputados") o esos hinchas argentinos que compiten en faltar a los jugadores y al entrenador de su selección de fútbol ("Cementerio de canelones", "arruinador de alegrías" o "tobogán de piojos"). Yo mido cada palabra como si me fuera la vida en ello. Recuerdo que Alex de la Iglesia tenía desde joven un proyecto que se titulaba "Quiero tener un millón de amigos". En el fondo, solo rogamos un poco de amor, ¡hijos de puta!

"No conozco la clave del éxito, pero sé que la clave del fracaso es tratar de complacer a todo el mundo". Woody Allen

1 comentario:

  1. cucalunas, jetatorcidas, escapados del bidé, envolturas de condón... Y estos insultos son de antes de la Primera Guerra Mundial. Franceses...

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