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miércoles, 20 de enero de 2010

Fuste


Las últimas entradas os pueden inducir a pensar que siento cierta animadversión hacia el cine francés. Y no, la realidad es la contraria. Gracias a nombres como Renoir, Truffaut, Melville, Malle, Chabrol, o el recientemente desaparecido Rohmer, amo el cine casi tanto como a la vida. Y Godard, a pesar de Godard. Hasta Sautet y Lelouch tienen un pase. Es verdad que hablo del pasado, una época gloriosa del cine europeo que yo viví cuando daba sus últimos coletazos. En Italia estaban Rossellini, Pasolini, De Sica, Visconti, Bertolucci, junto con un grupo de cineastas, en apariencia menores, que hicieron grande la comedia italiana. Y no hace tanto, el nuevo cine alemán, con Wenders, Herzog, Fassbinder o Schlöndorff. En España, Berlanga, Fernán-Gómez, Azcona, Saura, Erice. Algunos todavía en activo, pero relegados a un segundo plano. No quiero parecer el abuelo Cebolleta pero es que no hay color. Por no hablar de los actores y actrices, nombres míticos para varias generaciones. Convivíamos con normalidad con Sofía Loren, Claudia Cardinale, Alain Delon, Jean Seberg, Marcello Mastroianni, Romy Schneider, Vittorio Gasman, Brigite Bardot, Dirk Bogarde, Jean Paul Belmondo, Jeanne Moreau, Klaus Kinski o Ingrid Bergman. Y nos parecía normal. El cambio es brutal. Del actual cine alemán, nada sabemos. Del italiano, menos. Francia es la que mantiene un nivel de producción alto, pero con resultados menores. No niego que Europa sigue dando cineastas imprescindibles. Pienso en Haneke, Almodóvar, Moretti, Audiard, Kaurismaki o Cantet. Y en Alex de la Iglesia, que acaba de empezar el rodaje de su nueva película, “Balada triste de trompeta”. Pero no es lo mismo. Antes había más fuste. Y yo era joven.

Un libro: "El gatopardo", de Giuseppe Tomasi di Lampedusa
Una película: "Los amantes", de Louis Malle
Una canción: "Cine, cine", de Luis Eduardo Aute

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