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lunes, 11 de marzo de 2019

Vida social

Tengo que hacer más vida social, aunque sin olvidar que fuera de casa te expones a que alguien te amargue el día. El peligro está ahí, a la vuelta de la esquina. Recuerdo el día que entré en un bar del Casco Viejo de Bilbao, como hago casi a diario, un local agradable en el que pese a ser un cliente habitual no me dirigen la palabra. Me conocen y saben que prefiero un trato profesional a uno amistoso. Que soy un cascarrabias, pero dicho de manera elegante. La camarera mantenía una animada charla con un grupo de clientes habituales. El tema, una fiesta que el colectivo gay iba a celebrar aquel fin de semana en la misma calle del bar. "Como lo que hacen en Madrid pero en pequeño", dijo el cliente más charlatán, un poteador de toda la vida, con su nariz roja y su cara inundada de venillas, que me puso al día para que pudiera participar del jolgorio. "Es una fiesta de gays, ya sabes", me dijo en tono picarón. Asentí, pero no le pareció suficiente entusiasmo. Se me acercó y bajando la voz me dijo: "los maricones". No me quejo, y es que como decía al principio, ya sé que si sales de casa te expones al contacto humano y ahí las personas normales tenemos siempre las de perder. La calle no solo era de Fraga, también es de ellos.

“En algún lugar de la tierra, cada diez segundos, una mujer da a luz a un niño. Debemos encontrar a esta mujer y conseguir que pare inmediatamente”. Sam Levenson

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