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viernes, 10 de febrero de 2017

Teatro


Los prolegómenos no hacían presagiar nada bueno. Una señora situada unas filas más atrás comentaba a sus amigas que en casa de sus padres "siempre se ha cenado caliente, nunca ensaladas". Lo repitió varias veces. Un poco después, nada más irrumpir el primer intérprete en escena, unas filas más adelante, otra señora buscaba su asiento mientras le sonaba el móvil. Con esos antecedentes, pensé que me iba a resultar imposible concentrarme en lo que iba a ocurrir en el escenario. Pero el milagro se produjo y, a pesar de los pitidos de algún otro móvil y las toses habituales, permanecí absorto ante todo lo que pasaba ante mis ojos, sin perder detalle, mientras un grupo de actores y actrices superlativos me contaban una historia trágica y conmovedora sobre la guerra, cualquier guerra, la familia, cualquier familia, y la búsqueda dolorosa de la verdad. Y las tres horas y media que duró la función se me pasaron en un pispás y me sentí un privilegiado por ser uno de los espectadores que ayer se dieron cita en el Teatro Arriaga de Bilbao para ver "Incendios", un texto de la canadiense de origen libanés, Wajdi Mouaward, dirigido por Mario Gas con un respeto absoluto hacia el espectador. Y estaba Nuria Espert impartiendo una lección magistral, una más, acompañada de los inmensos Ramón Barea y Laia Marull y un grupo de actores y actrices jóvenes que estuvieron a la altura de sus mayores. Teatro contemporáneo, vivo y necesario, a pesar de los agoreros que disparan desde sus cómodas tribunas...

"¿Sabe por qué triunfa el teatro, por qué ha vuelto la gente al teatro? Porque el teatro no trata de nada en concreto. Trata de la vida. Es la vida". Peter Brook

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