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martes, 25 de abril de 2017

Lealtad perruna


El 25 de mayo de 2015 escribí: "Si fuésemos buenos podríamos decir que Esperanza Aguirre es un personaje fascinante, en la línea de los grandes villanos que hemos conocido en el cine o la literatura, hombres y mujeres que a pesar de su maldad nos resultan más atractivos que sus antagonistas. Pero claro, no estamos en una película o una novela -y tampoco somos buenas personas- sino en la cruda realidad y ahí la figura de la señora Aguirre tiene muchas similitudes con el típico vecino loco que anida en toda comunidad, el que rompe los buzones, esparce la basura por la escalera o toca el timbre a horas intempestivas, siempre quejándose e incordiando al resto de sus tolerantes y conciliadores vecinos". 

Ayer, dos años después, Esperanza Aguirre puso fin a una larga y calamitosa trayectoria política. Solo en una sociedad enferma se puede entender la supervivencia de un personaje tan insustancial. Por lo menos, ahora ya sabemos por qué algunos le reían los chistes. 

"El grave problema de Aguirre no consiste, seguramente, en que ella sea corrupta o haya permitido la corrupción de sus cargos de confianza, sino en que es una política incompetente que ha suplido sus muchas carencias en la capacidad de gestión y control por un populismo de corte supuestamente liberal y que ha exigido a sus colaboradores más próximos -y a los que no lo eran- una fidelidad perruna al tiempo que recibía complacida una sistemática adulación. En la medida en que practicaban esa actitud sumisa, ella ponía por ellos la mano en el fuego. Por eso la tiene abrasada". José Antonio Zarzalejos

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