"Me recuerdas a Fellini cuando decía aquello de "yo no tengo nada que decir, pero sé cómo decirlo"", me dijo ayer una de las seguidoras más fieles de este blog. No es objetiva, es muy fan, pero tiene toda la razón en la primera parte y su cariño hacia mi persona le ciega en la segunda. No tengo nada que decir y cada vez me resulta más difícil esconderlo. Me gustaría no escribir, pero no puedo. Me he acostumbrado a hacerlo casi a diario y estoy enganchado. La idea primigenia era frivolizar sobre todo lo que se mueve, un punto de partida que ha ido perdiendo fuelle según pasaban los años. Es imposible frivolizar sobre la frivolidad. Es como esos humoristas que ridiculizan con sus imitaciones a Raphael sin darse cuenta de que se trata de una quimera, de que el original es ya una broma extrema. Mientras el tema de Cataluña adquiere unos tientes más que preocupantes, "los Mossos no deben temer el uso legítimo de la fuerza con los contumaces" (editorial de El Mundo), uno de sus actores principales se dedica a hacer el bobo en el Congreso y cuenta con una legión que le ríe los chistes. Un desafío como el de Cataluña, un acto de desobediencia civil sin precedentes, exige unos protagonistas de primer nivel, políticos que representen de verdad una aspiración legítima, no petimetres encantados de haberse conocido. Malos tiempos para la política.
"Hola @abc_es. El año pasado dijisteis que había 300.000 personas en la Diada y este año 800.000 menos que el año pasado. ¿Alguna explicación física?". Carles Caballero
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