Nadie es perfecto

Como decíamos ayer... Empezó el Mundial y parece que no se puede hablar de otro tema. Por un lado, los fútboleros y por el otro, los antis, dos formas -¿opuestas?- de entender la vida y un mismo objetivo: dar la matraca. Mientras tanto, nos cuelan a un nuevo rey y con mayoría parlamentaria. Para qué opinar sobre la forma de estado si podemos despotricar del árbitro japonés del partido de ayer, que como siempre se inclinó ante los poderosos. Y como lo vimos, lo decimos, que no se diga que no nos indignamos ante la injusticia. Yo llevo el fútbol en la sangre, desde que de niño acudía a San Mamés a ver a Iribar, Rojo y a otros mitos de la época, una pasión que he sabido compaginar con otras igual de gratificantes: el cine, las chicas y los bares. Entiendo perfectamente que a quienes no tienen el veneno del fútbol en el cuerpo todo lo que rodea a este deporte les parezca absurdo. Para mi es un placer inexplicable y maravilloso. Los pocos seres superiores que conozco los he visto en un campo de fútbol y en pantalón corto: Johan Cruyff, Franz Beckenbauer, Kevin Keegan, Michel Platini, Diego Armando Maradona, Zinedine Zidane, Xavi Hernández o Leo Messi. Elegancia, inteligencia y humildad. Ya sé que el paquete también incluye el patriotismo de opereta, la corrupción y los mangantes, la violencia, los comentaristas... Y los manolos. Nadie es perfecto.

"El fútbol es la última representación sagrada de nuestro tiempo. (...) El fútbol es el espectáculo que ha sustituido al teatro".  Pier Paolo Pasolini