Siempre he dicho que no necesito salir de mi oficina para entender lo que pasa en el mundo. Ahora vivimos una situación extraña, pero extrapolable a lo que sucede en la política española: el primer caso de mobing de un trabajador a su jefe. Implacable y sin miramientos. Al estilo del machaque continuo al que somete Pablo Iglesias a Pedro Sánchez. Lo que dice mi compañero de trabajo sobre esa situación anómala me sirve para comprender mejor la situación tan particular que viven los dos líderes políticos. "No te puedes relajar, si lo haces estás perdido, vuelve a los vicios de siempre, por eso es necesario recordárselo todos los días. No olvides que tiene pecados...", me comenta orgulloso de su proceder. "¿Para qué?", le pregunto, incapaz de ver cuál es el objetivo final de su estrategia. No sé si mi compañero conseguirá ver cumplido su sueño, que me imagino que no es otro que trabajar, vivir, en una empresa pública normal. Mi experiencia de muchos años me dice que es una quimera, un imposible que ya otros lo intentaron antes. Él, con el ímpetu propio de la juventud, me asegura que no va a rendirse, "es un mandato divino y me ha tocado a mi". El elegido...
"¿Por qué vicepresidente del Gobierno? Han hecho tantas veces lo contrario de lo que han prometido que no te puedes fiar". Pablo Iglesias
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