"No diga mamandurrias", fue la respuesta del portavoz de Ciudadanos a las sinsorgadas típicas de Esperanza Aguirre. No había quedado con ella por placer, las tuvo que oír durante su comparecencia en una comisión sobre la corrupción en la Asamblea de Madrid. Aguirre, grogui y con la mirada pérdida, era la viva imagen de la derrota, antesala de la huida que protagonizó el domingo en forma de dimisión unos meses antes de que su etapa al frente del PP madrileño llegara a su fin. Un comportamiento infantil que algunos de sus palmeros oficiales, cada vez menos, las ratas han empezado a abandonar el barco, consideran un acto de valentía e integridad. Unas horas después de su dimisión, Aguirre fue una de las protagonistas del programa Salvados que dirige y presenta Jordi Évole. A lo largo de una hora, diseccionó, junto a otros cuatro ex-ministros, la actualidad política con la falta de rigor que le caracteriza. Mezcló deseos y realidad con la arbitrariedad de una adolescente caprichosa. Aseguró que su referencia es Gran Bretaña, que ya le gustaría a ella como la liberal que es hablar de esa gran democracia y no tener que estar mentando a todas horas a países como Venezuela o Grecia. Postuló a Felipe González como candidato de consenso ante la falta de una mayoría parlamentaria para formar un nuevo gobierno. Y lo dijo ante la mirada atónita de dos ex-ministros socialistas. Aseguró que volvió a la política por Podemos, al leer las encuestas que situaban al partido de Pablo Iglesias en primera posición en intención de voto. Se le olvidó recordar que gracias a ella, y a su esperpentica y esquizofrénica campaña electoral, Manuela Carmena es hoy alcaldesa de Madrid. Si lo que quería era impedir la destrucción del sistema occidental tal y como lo conocemos, otra de sus mamandurrias del pasado reciente, mejor si se hubiera quedado en casa. Aunque no sé si su marido y su perro Pecas estarían de acuerdo conmigo...
"Se tienen que terminar los subsidios, las subvenciones y las mamandurrias". Esperanza Aguirre
